viernes, mayo 23, 2008

cuentos 3




LA BUSQUEDA


A la derecha de la puerta del servicio
I- En el bolsillo del chaquetón gris.
Ahora busco entre los bolsillos delanteros del pantalón, en los externos e incluso dentro de los bolsillos ocultos del chaquetón que me llega hasta los pies y se me enreda al caminar. Nada. No hay nada, solo pequeños papeles arrugados con inscripciones jeroglíficas que no acabo de entender, algunos que parecen números que no me dicen nada. Creo que lo perdí.
Me siento en uno de los bancos de hormigón que rodean la plaza, la noche se anuncia muy fría, el viento me golpea la cara, no tengo donde esconderla, ni del frío ni de la noche, solo mis manos pueden encontrar refugio en los bolsillos del sacón de paño gris. El gato saltó del árbol que estaba justo al lado derecho del banco donde estaba sentada. Solo alcancé a ver dos grandes ojos grises que me miraron inquisitoriamente (o así lo sentí yo). No he encontrado nada, le dije ¿y tú?. El no dejó de mirarme y yo pude ver como aquellos ojos grises comenzaron a coger un resplandor y se transformaron en un fuego tal, que con su calor despejó el frío de la noche.
Aquella vez no fue la última. El no se rendía fácilmente y yo por una cuestión de orgullo personal, decidí continuar la búsqueda.

Cuando la noche decidió irse, me di cuenta de que estaba en el Paseo del Salón. Tenía al Río Darro a mi derecha y desde donde estaba podía divisar los árboles que vestían los Carmenes que rodean el parque de la Alhambra.
Ya eran casi las 8 de la mañana, esperé que algunos de los cafés que estaban sobre la avenida abrieran sus puertas para tomar un buen desayuno reparador. Decidí hacer mi elección en función de que mi preferencia por lugares con poca concurrencia de gente.

La chica bajó desde una de las calles que vienen del Realejo, era joven, el cabello negro y ondulado le caía sobre los hombros, era muy delgada y alta o tal vez así lo parecía por el abrigo que usaba, caminaba con pasos largos e inseguros dando la sensación de que en cualquier momento se daría de bruces con algún adoquín. Llegó ilesa a su destino. Desde el parque dónde estaba, pude ver como aquellas cortinas metálicas se abrían bruscamente al mismo tiempo que desde una pequeña camioneta mal aparcada frente al lugar, bajaba un señor gordo y bajito, abría las puertas traseras del vehículo y sacaba varia bolsas, que por su apariencia supuse que eran bolsas de pan. La chica vuelve a aparecer en escena cogiendo lo que él le entrega y luego rápidamente vuelve a su coche y se marcha.

La mañana estaba soleada, la plaza por lo tanto se hacía menos fría que en la noche. Aproveché para desperezarme lo que hizo espantar a unas palomas que intentaban alimentarse de unas migajas desparramadas por el suelo.
Casi enfrente a mi, descubrí algunos compañeros de la noche anterior. Uno de ellos aún no se había despertado, estaba todo cubierto de papel y mantas y parecía un ovillo de lana. Mas allá, cerca del río habían dos chicos, una parejita casi adolescentes, tenían el cabello rasta, la ropa sucia, él tenía una guitarra metida en una funda que le colgaba en la espalda y los acompañaban un par de perros flacos y entristecidos, que comían algo que no puede identificar. La chica intentaba cargar una botella con agua de uno de los grifos públicos del parque, el cual estaba dañado y por donde salía agua a borbotones.

Las cafeterías de enfrente ya estaban en funcionamiento, con sus terrazas listas y con algunos clientes; la cafetería de la chica delgada y alta, estaba ubicada en un recodo de la calle lo cual no dejaba una vista clara de lo que allí sucedía, pero por lo poco que se podía observar no le faltaba mucho para abrir. El perfecto indicador fue el momento en qué una mujer con un porte clásicamente andaluz cabello largo, negro azabache y un cuerpo robusto, acompañada de un perrito sin raza definida, el cual iba unido a ella por una delgada cadena, salió de una de las dos cafeterías más elegantes del Paseo y se dirigió hacia la cafetería de la chica.
Esperé unos minutos más. Luego yo también me dirigí con la prestancia propia de un vagabundo circunstancial con muchas ganas de un lugar al abrigo de la intemperie aspirando al deguste de un buen café mañanero.
-¡buenos días!- digo, buscando a través de la mirada, la ubicación de los que allí estuvieran. Solo encontré a la mujer andaluza con su perrito quien fue el primero que respondió a mi saludo con un ladrido que no coincidía con su tamaño. La mujer y su perrito estaban sentados en la barra, muy cercanos a la puerta- ¡calla Sila! –gritó la mujer con una voz aguda y luego me saludó. Sila (suponiendo que así se escriba) continuó ladrando haciendo caso omiso a los reparos de su dueña. Esta tampoco insistió mucho más. El lugar era pequeño, tenía solo tres mesas de madera con sillas también de madera y mimbre. Las paredes estaban decoradas con cuadros de algún pintor local porque tenía unas inscripciones debajo. Se respiraba un ambiente de calidez, el lugar era agradable. Tenía unos ventanales grandes por donde entraba mucha luz y por momentos los rayos del sol se colaban con total decisión-eso lo descubrí más adelante- al fondo había una puerta que supuse serían los servicios y detrás de la gran barra que recorría el local formando una L, había una puerta cubierta por una cortina artesanal de caña que daba a la cocina, esta también se comunicaba por una ventana que seguramente se usaba como pasa platos. En esa breve pero eficaz recorrida visual, escojo la última mesa, la que esta al fondo cerca del servicio y de la entrada a la cocina. Como punto de observación, me pareció el más estratégico, es un hábito que con los años se ha ido agudizando y no puedo ni quiero remediarlo. Sobre la mesa había un periódico abierto en la página cultural y un crucigrama a medio hacer. Me siento mientras recojo un poco el periódico; siento sobre mi hombro izquierda la mirada de la mujer andaluza sentada en la barra que observa mis movimientos; en ese preciso instante se descorre bruscamente la cortina y veo a la chica salir con unas tostadas a toda carrera hacia la mujer al tiempo que le dice en un tono de confianza- “acá está tu tostada Mamen”- luego va hacia la maquina del café y saca una taza que ya estaba casi con su contenido desbordante y se lo lleva también. La mujer entonces, le hace una señal a la chica de que me atienda –“yo puedo esperar”–le dice. La chica entonces repara en que tiene otro cliente esa mañana. Entre el cruce de miradas, con una de mis mejores sonrisas matutinas, la saludo –“¡Hola!”- La chica me responde amablemente, cuando se acerca veo en sus ojos rastros de tristeza disfrazado de cansancio matutino. Ella quiere retirar el periódico pero no la dejo: -¿lo puedo leer?.. Sino te importa- claro, claro- respondió como excusándose.
–Una manchada y una tostada entera de tomate, por favor. -¿vale, algo más? – No, no gracias-
La mañana transcurrió con tranquilidad, pocos clientes desfilaron ese día por la cafetería. La chica camarera era también la dueña. Lo deduje de las conversaciones que mantenían con la mujer andaluza, quién se encargaba sutilmente de que me llegara la información, de ese modo también pude deducir muchas otras cosas más que luego me servirían como datos relevantes.
Aquel me pareció un lugar ideal para re-comenzar mi búsqueda. Algo me decía que era el sitio adecuado. Por eso decidí después de aquella mañana regresar y regresar.

Objetivo
Dado que mi objetivo no es un objetivo tan preciso como por ejemplo el de un misil, salvando las diferencias, claro está, sino que más bien, muchas veces queda supeditado a la voluntad de otros, sobre los cuales yo no tengo ningún tipo de control, entonces la tarea se vuelve un tanto dificultosa por lo que en algunos casos quedo a la deriva como un barco en medio de tormenta tropical y como en el caso, debo esperar que la tormenta pase.
Desde la última tormenta ya hace un tiempo, digamos unos meses para ponerle un nombre al tiempo. Desde entonces he recomenzado la búsqueda.

El bar II-
Cada vez me sentaba en el mismo lugar: la mesa en el fondo del bar, siempre ubicándome frente a la puerta de entrada, de ese modo tenía a mi izquierda la puerta del servicio y el pasaje a la cocina y la barra.
Esa mañana, ya era otra. Ahora el bar estaba abarrotado de gente, la chica de los ojos tristes y el pelo revuelto ahora corría de un lado a otro preparando miles de tostadas, todo tipo de café y variadas bebidas. Las voces se confundían con el golpeteo de los platos, las tazas, botellas y el ruido de la cafetera que parecía una vieja locomotora del lejano oeste. Las conversaciones versaban de los más diversos temas. Yo intentaba desde mi sitio captar todo lo que podía. Las mesas estaban todas ocupadas y en la barra habían varios grupos de personas, oficinistas, estudiantes, trabajadores obreros y también entre toda aquella efervescencia estaba muy tranquilamente sentada en una banqueta alta en su lugar de siempre la mujer andaluza con su perrita, unidas, entre otras cosas por aquella delgada cadena, ellas estaban ahí esforzándose por explicar la a-temporalidad del tiempo, atravesándolo no precisamente en un sentido lineal. Ellas estaban pero no estaban ahí, o tal vez lo defina una pregunta: quienes realmente reparaban en ellas dos? Tal vez solo existían para mí y para la chica que oficiaba de camarera quien de vez en cuando le cambiaba un vaso vacío por uno lleno. En esta misma dirección de pensamiento tampoco yo existía para toda aquella gente. En estas circunstancias podría decir que solo existo momentáneamente para la camarera –y este es el punto al que quiero llegar en realidad- o para aquel que quiera atravesar la puerta que da al Servicio, entonces se enfrenta con mi mirada justo a la derecha de la puerta.

Reconozco que lo hacía a propósito. Era mi diversión matutina, la de la hora del café. Esperarlos a la derecha de la puerta del servicio, que no es precisamente a la derecha de dios padre y entonces prácticamente obligarlos a que sus ojos se encuentren con los míos. Era una especie de peaje. Mis ojos eran el peaje que debían pagar para atravesar la entrada.
Más tarde lo que empezó como una diversión, terminó en algo serio. Creo que, definitivamente lo que una persona cree que hace por pura intuición nunca es así en realidad. Esa persona, en algún rincón de lo más íntimo de su ser, sabe lo que está haciendo. Por eso entendí que esto era parte de mi trabajo, de mi búsqueda, me di cuenta una de esas mañanas repletas de gente desayunando en la cafetería dónde la misma chica camarera era un claro ejemplo de los posibles caminos que buscaban muchos, pero más lo era aún la mujer andaluza y su perrita. Ellas representaban algunas de las distintas salidas, puertas, umbrales que muchas veces encontramos para poder escapar.

Aquella mañana, la escena era la misma, todo se repetía, cambiaban algunos rostros pero la esencia de los sucesos era la misma. En esta ocasión el hombre estaba de pie en la barra haciendo parte de un grupo de personas que parecían ser empleados de alguna oficina pública; no hablaban, gritaban como buenos andaluces por eso tienen los índices más elevados de trastornos vocales. Era de mediana edad, 35 tal vez, con una sonrisa dibujada en la cara se dirigió hacia mi, esa fue mi sensación en un principio, luego cuando de verdad su mirada chocó con la mía me di cuenta que la sonrisa solo era un tenue vestigio del pasado inmediato, el que acababa de dejar en el grupo de compañeros; cuando sus ojos se enfrentaron a los míos la sonrisa desapareció bruscamente, bajó la mirada al suelo con un gesto de apocamiento tal vez por sentirse al descubierto, ahora él sabía que “yo sabía” cuales eran sus siguientes pasos, su próxima intención, atravesar la puerta y lo demás que ocurra allí dejará de ser de su entero dominio ya que yo podría estar imaginándome que cosas haría él mientras estuviera en aquel lugar tan único, tan especial y a la vez personal.

En pocos minutos, tal vez diez o quince, el bar se desbordaba de gente, hacía un día espectacular de sol, cielo despejado y la temperatura era agradable, había gente incluso de pie afuera del local bebiendo cervezas.
A la chica dueña del bar le llegaron refuerzos, contrarrestando con ella las otras dos eran chicas muy alegres, le hicieron alguna broma a la mujer andaluza, saludaron a la perrita Sila y se pusieron detrás de la barra a servir cervezas y preparar tapas. Yo ya había perdido la cuenta del tiempo transcurrido desde la última vez que vi al hombre entrar. Si bien llevo un registro de los minutos que tardan unos u otros, dependiendo de algunos factores como por ejemplo: la edad, los viejos se pueden tardar un poco más por razones obvias, cuando los jóvenes se tardan más de lo habitual puede ser por varios motivos, ahí entra a jugar entre otros, por ejemplo el sexo, las mujeres nunca se saben exactamente que hacen dentro de los servicios ni siquiera en aquellos que no tienen espejos; después tanto mujeres como hombres, si se tardan más de lo previsto pueden estar usando el servicio con otra finalidad, tal vez para motivos más, digamos ”elevados”, “viajes sicodélicos”, etc. también influye muchas veces el grado de alcohol que lleven en la sangre, lo que generalmente disminuye la tasa de eficiencia en la tarea y esto se traduce en demora.
Esta vez, sospecho que tal vez, mi distracción alteró el resultado. Intenté buscar con mi mirada al hombre entre sus compañeros. Nada, se lo había tragado la tierra. Cabían dos posibilidades, o nunca había salido del Servicio o la otra es que si salió, se despidió de sus amigos, se fue y yo nunca lo vi. Esta última posibilidad la descarto totalmente. El solamente atravesó la puerta una vez: cuando entró. De eso puedo estar segura.
La puerta era de madera al natural con un picaporte de bronce. Se mantenía cerrada. Había gente parada de espaldas a ella y de espaldas a mi mesa, el hueco por donde pasaban las chicas con los pedidos, era muy pequeño, ellas tenían que salir casi a los empujones si querían llevar algo a alguien que estuviera sentando en alguna de las demás mesas. Ahora solo observo la puerta. Nada. Pasan los minutos por lo menos en aquel gran reloj que cuelgan en una de las paredes encima de la cafetera. Nada. La puerta continúa cerrada. La gente sigue en su algarabía, hablando a gritos, no tienen más conciencia que lo que les sucede a ellos mismos. Decidí tomar como referencia las agujas del reloj de pared, esperé a que estas avanzaran un poco más para luego tomar una acción, una dirección.
Sin dejar de observar lo que pasaba a mi alrededor, en todo el bar, me pongo de pie y con el temor ese que precede a una certeza, casi con el corazón en la boca pongo mi mano izquierda sobre el picaporte al mismo instante que giro la cabeza hacia la muchedumbre y entonces mis ojos se encuentran entre brazos, hombros, caras, en medio de todo aquella conmoción de gente, la mirada de la mujer andaluza con su pelo largo cayéndole por la espalda, de un negro azabache como el color de sus ojos, reflejando una tenue sonrisa en su rostro. Mi corazón se detuvo mientras duró aquel contacto visual; no pude sostener la mirada de aquella mujer. Entonces pienso, reafirmo, que el tiempo no es lineal, el tiempo es una construcción mental porque ese pequeño instante para el que el registro del reloj de pared encima de la cafetera, solo duró unos pocos segundos, para mi fue la eternidad donde descubrí que tal vez otros saben lo mismo que yo, lo que busco, esa mujer me advirtió con su mirada que yo no estaba sola, que habían otros como yo, o por lo menos otros que saben de mi existencia y mi intención – tal vez sea así de obvio!- pensé: Si yo puedo verlos, ellos también pueden verme.

Entonces empujé con fuerza el picaporte y la puerta cedió al impulso. La gente, el ruido, las chicas del bar, los ojos de la mujer andaluza sentada en la barra con su perrita Sila, todo quedó atrás. Dejé que la puerta se cerrara casi por voluntad propia.

El lugar era pequeño, era la primera vez que entraba a pesar de las veces que había estado antes en el bar. No había espejos y era un baño compartido, sin diferencia de sexos, ni edades, ni religiones ni razas, tal vez por eso estaba tan sucio y maloliente. Siempre había escuchado a la chica del bar quejarse por el poco respeto que tenían sus clientes por el servicio. Era un lugar estrecho y más aun, lo hacía así un par de sillas blancas de plástico amontonadas y rotas. Me di cuenta que ahí no se sentían las voces exteriores, reinaba el silencio. Me senté en el inodoro después de bajarme los pantalones; después de todo, era la excusa perfecta para estar ahí.
Quería buscarle una explicación a los últimos sucesos y estaba en uno de los sitios más indicados para meditar. Dentro de las primeras reflexiones el comienzo fue bastante obvio, evidentemente aquel hombre, el que según mis cálculos fue el último que entró nunca salió por la puerta que daba al bar. Ese era el primer dato que me dejaba la realidad. Lo demás eran todas especulaciones. De pronto me descubrí observando como mis ojos deambulaban entre la pared y el suelo, recorriendo los azulejos que cubrían el lugar como si allí pudiera encontrar alguna explicación. Quizá la hallé. El tiempo, mientras estuve en ese lugar -al que me costó llegar- dejó de transcurrir como transcurría habitualmente para los que viven del otro lado de la puerta. Hasta que lo vi. Estaba ahí enfrente a mis ojos. Era pequeño, como una mancha oscura en medio de los azulejos semi blanquecinos solo parecía una mancha típica de suciedad habitual en estos sitios. Pero este era distinto, acerqué mi ojo izquierdo para poder tener información visual más certera de lo que percibía. A medida que me acercaba se agrandaba. Entonces observé que también tenia movimiento, se trasladaba entre los azulejos de las paredes laterales. Al fin se estacionó. Como tomando posición. Yo espere el momento preciso. Tenía la certeza que lo había encontrado. Y así fue. Tenía que esperar que se dimensionara, se estabilizara, constatar la seguridad de una salida al otro lado y entonces estaría listo para el cruce. Mientras esperaba, sentí futura nostalgia por lo que dejaba, pensé en que tal vez la mirada de la mujer andaluza fue de despedida anunciándome lo que iba a encontrar cuando cruzara la puerta, tal vez ella ya había cruzado otras veces y conocía el camino incluso de regreso, porque por algo estaba ahí, de este lado, con su mirada cómplice. Tal vez la chica del bar también lo conocía y también había aprendido la forma de regresar.
Lo que fuera, en lo que a mi respecta la hora del café del desayuno ya había culminado y mi tiempo en este lugar también. Llegó la hora.

Al otro lado-
Cuando abrí los ojos la lluvia me obligó a cerrarlos, un chubasco fuerte azotaba la ciudad, a pesar de la noche todo se puso gris de repente y el viento movía intensamente los árboles de la plaza a la que la gente solía llamar “Plaza Cagancha” nunca entendí por qué ese nombre tal vez recordando algún pasado indígena, en fin dada las circunstanciales condiciones climáticas me sorprendí a mi misma en aquel lugar, recuerdo donde estoy, entonces como primera medida decido buscar refugio lo más rápido posible en la primera cafetería que ven y recuerdan mis ojos. Veo las luces encendidas en las ventanas del Mercado de los Artesanos –aun existen- pienso; apostado en uno de los laterales de la plaza. Hacia frío de este lado del mundo por lo que agradecí a quien sea y corresponda que aquel lugar tuviera buenas estufas, así fue, había una agradable sensación de calidez y bienestar cuando entré. Me senté en una de las mesas cercanas a la ventana que daba a la plaza. Desde donde podía observar como los árboles se mecían como en una gran competición de danzas exóticas. Para quitarme el frío le pido al camarero una grappamiel doble para empezar y una empanada –ya había perdido la cuenta cuando había sido la última vez que había ingerido algo sólido-.
Ya eran casi las 7 de la tarde, por lo menos eso decía el reloj del camarero enlazado en su muñeca izquierda. Lo que tenía en la memoria cercana era una cita.
Busco dentro de mi bolso hasta dar con mi libreta de apuntes y el bolígrafo, me pongo a garabatear ideas que salen como despedidas de mi mente, como empujadas por el viento que hacía remolinos entre los bancos y las copas de los árboles y ahora también en mi cabeza.
Es un ritual que he adquirido, después de cada llegada a un sitio tengo que documentarlo, dejar impreso como me he sentido en el antes, en el después y en el mismo viaje, una bitácora de vuelo. Mis ideas deambulan por todas las bitácoras que ya llevo escritas, algunas de las cuales he perdido en los diferentes viajes. Siempre pensé que esta forma de viajar tiene sus inconvenientes pero también he de reconocer que es algo que no puedo dejar de hacer.
Pienso en la cita, pues aún no está escrita con quien. Por ahora solo se que es una cita. En algún lugar de esta pequeña ciudad ha de estar. Solo resta esperar. Mientras tanto tendré que andar un poco más. Doy una ojeada por el lugar, no hay muchas mesas ocupadas, un par de señoras toman algo caliente en una de las mesas contra el gran ventanal y en una de las mesas del centro un grupo de jóvenes, sus conversaciones los delatan, son compañeros de trabajo y acaban de terminar su día laboral, ahora festejan tranquilamente el cumpleaños de uno de ellos, brindan, se ríen, son trabajadores sociales, tal vez de algún juzgado de paz donde trabajan con menores infractores o mujeres en abuso.
-”Si”- pienso, ahora los matices son otros, los olores, las formas, todo está pintando de diferente manera, sobre el mismo lienzo, estos creativos artistas han tallado otras figuras.
Un incipiente cansancio comienza a invadir mi cuerpo, la noche se presenta extensa.

Después…o antes

Más allá de la noche, están los sueños. La luna llena sobre los tejados de a ratos me mira mientras lucho insistentemente para no dormirme aunque la mecedora y john coltrane me lleva en dirección contraria. Otra vez regresé a este lugar, bajo estas estrellas, entre el olor al jazmín y las alegrías pintando de colores la oscuridad y refrescando el agobiante verano.

El tiempo es circular o pasa más de una vez por las mismas cosas, casas, vestidos; peinados; dedos, manos y pies; cuerpos desnudos; olores; sabores; los mismos movimientos; las mismas notas musicales. Ya había estado aquí antes y después; cuando lo escribí en una de mis bitácoras y ahora en las tablas del escenario se materializan otros actores, empezando una vez más el espectáculo aquel.
Lo que queda por escribir tal vez ya está escrito en algún antiguo libro de otra época o en la bitácora de algún viejo capitán de un galeón español hundido en estos mares del sur.
continuará...
malvarez
Uruguay, 2007

LAS OTRAS CARAS DEL MUNDO



EFECTOS DE MYANMAR Y CHILE

El Ministerio Ruso de Agricultura y Producción de Alimentos está alertando al Presidente Medvedev el día de hoy que el mundo enfrenta una amenaza "inminente" de hame mundial debido al catastrófico ciclón que ha destruido todo el cultivo de arroz y el desastroso volcán que ha destruido virtualmente las regiones que producen fruta y verduras en Chile en Sudamérica.
Myanmar, el séptimo productor mundial de arroz, todavía está calculando el número de sus muertos después del ciclón de la semana que acaba de pasar (en la foto superior izquierda) y que ha matado a más de 80,000 de sus ciudadanos y también la capacidad de no sólo alimentar a su propio pueblo sino para ayudar a aliviar la escasez de un cultivo que alimenta a más de la mitad de la población mundial se ha ido.


En un golpe más fuerte todavía para los billones de seres humanos que dependen del arroz para su única comida diaria, los países de Malasia y Bangla Desh se han unido a la creciente cantidad de países que están prohibiendo sus exportaciones de este vital grano por temores de no poder alimentar a sus propios ciudadanos después de la catástrofe de Myanmar.
Chile, el mayor productor de fruta y verduras del Hemisferio Sur, ha sufrido un golpe igual de devastador a su capacidad de producir alimento, como lo reporta la Associated Press:
"El volcán Chaiten que se mantenía dormido desde hacia mucho tiempo (segunda foto a la izquierda) lanzó ceniza a una distancia de 20 millas hacia el cielo de los Andes el martes, obligando a miles de personas a evacuar y cubrió de cenizas una enorme faja de la América del Sur."


Añadiéndose a la crisis mundial de producción de alimentos, continúan estos informes, es el hecho de que Kenia está reportando que casi el 20 por ciento de sus cultivos de arroz se ha destruido a causa de enfermedades, y las Naciones Unidas señalan que el mortal hongo del trigo, capaz de destruir campos enteros de trigo, se ha trasladado desde el África hacia el Medio Oriente y los Estados Unidos están señalando que casi 900,000 acres de su más preciada tierra de cultivo se encuentran bajo el agua a causa de la gran inundación de las regiones del río Mississippi.


Australia, uno de los exportadores más importantes del mundo de trigo, también está alertando que su sequía histórica está empeorando, y si llegan las lluvias, su gobierno está informando que tomará "varios años" restaurar sus campos agrícolas.


Jacques Diouf, Jefe de la Agencia de Alimentos de la ONU, también advirtióque muchos países están en peligro del estallido de guerras civiles debido a la cada vez mayor escasez de alimentos en el mundo para sus hambrientos pueblos.


No son sólo éstos desastres, pues es el abastecimiento de alimentos del mundo que está siendo amenazado pues los Estados Unidos están informando que más del 36 por ciento de abejas productoras de miel murieron "misteriosamente" el año pasado, y como lo informamos en nuestro artículo del 26 de marzo, 2008, con el título de "Crecen Temores de un 'Catastrófico' Colapso de la Biosfera Estadounidense" y donde detallamos la impactante pérdida de los polinizadores de las plantas en ese país.


Más amenazante para los agricultores del mundo es el alza astronómica en el precio de los fertilizantes químicos con base en el petróleo que utilizan en sus cultivos y la inversora gigante Estadounidense Goldman Sachs está alertando que los precios del petróleo se dirigen a los $ 200 Dólares que empujarán el costo de esta necesaria mercancía fuera del alcance de todos y hasta de los países más ricos.


Aún de cara a esta creciente crisis global, parece que no hay ninguna preocupación expresada por los pueblos Estadounidenses, más que la de quejarse ante sus jefes guerreros por los precios que ahora están teniendo que pagar por alimentos y combustible. Es como si se hubiesen olvidado de que sus ancestros del siglo pasado fueron los agricultores más productivos y que con sólo un poquito de esfuerzo eran capaces de alimentarse ellos y sus familias con su propia tierra.
Pero, mientras la estación de siembra de la primavera se acerca a su fin, en realidad parece que está más allá de estas gentes la de siquiera considerer hacer una sencilla tarea como la de poner unas cuantas semillas en la tierra para que crezcan. Y esto es solo un pequeño ejemplo de cuan profundo, este otrora poderoso pueblo, ha caído.


Por: Sorcha Faal como lo informa a sus suscriptores occidentales.
Translation to Spanish by: Sister Maru Barraza, Mazatlán, Mexico